martes, 4 de abril de 2017

Sapos, besos y cuentos..

"Yo besaría un sapo aún si no existiera la promesa de que un príncipe encantado saliera de ahí. Amo los sapos" Cameron Diaz (actriz)





Buscando material para inspirarme en lo que quería escribir esta tarde terminé encontrando algo que no era lo que buscaba pero que me pareció muy interesante. Si bien a esta altura del partido ya estoy totalmente convencida que si besás un sapo jamás se transformará en príncipe, esto que leí da por tierra toda esperanza de hacerlo realidad.

Primero descubrí que el cuento lo habían cambiado y no es como nosotros creíamos, una nueva desilusión para esta pobre princesa.


Parece ser que los hermanos Grimm jamás incluyeron en sus cuentos que el beso de la hija del rey, que transforma al sapo en un apuesto príncipe, no aparece en ninguna versión. Ellos prefirieron o, en todo caso, respetaron lo que la tradición oral alemana de 1800 contaba: que la metamorfosis se había realizado de una manera menos romántica al quedar desparramada el sapo contra la pared, tras ser arrojada por la angelical princesa (hay que reconocerle al príncipe que no era nada rencoroso, o tal vez sólo tenía mala memoria)

En la versión original, el sapo exige pasar la noche en la habitación de la princesa y dormir en su cama. Al parecer, durante la época victoriana, conocida por un código moral poco flexible (no por nada existe la expresión "sexualidad victoriana") el beso sustituyó esa escena. Como los moralistas de la época no vieron con buenos ojos que un macho, de la especie que fuera y compartiera las sábanas de la princesa, la transformación fue cambiada por un beso virginal dado en una situación "libre de riesgo", al lado del camino, en el jardín del palacio, cerca de un pozo, en cualquier lugar menos en los aposentos de la princesa. Y así es como nos llegó la narración a la mayoría de nosotros desde entonces. Pero ¿por qué tenía que romperse el hechizo con un beso? ¿No era mejor, y suficiente hacer puré al pobre sapo para desencadenar la transformación como en la versión original?

Zoólogos y médicos interesados en sapos y princesas -más en las primera que en las segundas- han llamado la atención sobre las características que podría explicar la presencia y popularidad que tienen en diferentes partes del mundo las historias que asocian a los batracios con milagrosas metamorfosis y otros mágicos atributos: varias especies de ranas y sapos producen compuestos altamente alucinógenos. Besar una minúscula ranita o un corpulento sapo y es posible no sólo que veas que se convierte en príncipe. Sin embargo, y por muy atractiva que parezca, no recomiendo a nadie esta práctica.

La piel de las especies venenosas de batracios contiene péptidos, unas moléculas que le sirven para defenderse de sus depredadores, que, en el caso de especies tan curiosas y a veces tan perniciosas como la humana interfieren en la interacción de las neuronas del cerebro y el neurotransmisor (es decir, el compuesto químico que permite la comunicación entre neuronas) llamado serotina. La serotina se relaciona con el estado de ánimo, la percepción sensorial, el control muscular y el comportamiento sexual; cuando su nivel se eleva produce una sensación de bienestar y relajación, claro no por eso nos vamos a pasar como Homero Simpson lamiendo sapos

Así que como verán he descubierto que no sólo han embaucado a medio mundo con el cuento por culpa de la moral y las buenas costumbres, sino que es altamente riesgoso andar por la vida queriendo transformar sapos en príncipe,  porque es posible que mueras intoxicado o lo que es peor que al transformarse, su alteza sea un total descerebrado que sólo piense en él y a vos si te he visto no me acuerdo, corra raudamente en busca de otras princesas, porque no siempre les alcance con una sola.

Merlina


Bibliografía:

* Nota del diario La Nación: http://www.lanacion.com.ar/1556525-la-prehistoria-cientifica-de-los-cuentos-de-hadas

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